La importancia del riesgo, su análisis y monitoreo

Se ha vuelto muy común por estos días la expresión ¨riesgo de contagio¨. La utilizan especialistas de la salud, dirigentes políticos, comunicadores y ciudadanos en general para referirse a la posibilidad de contraer el coronavirus.
Observamos a diario la evolución de indicadores ligados a ese riesgo: cantidad de nuevos contagios, distribución geográfica, tasa de duplicación de casos, factor de letalidad, edad promedio, porcentaje de recuperados sobre el total de afectados, etc. Si toda esa información estuviera volcada en una matriz de análisis, cada persona podría establecer cuál es su nivel aproximado de riesgo de contagio.
Más allá del caso puntual, el término riesgo es el que adquiere especial relevancia. Se identifica con la incertidumbre, aquello que cuenta con chances de suceder, y que puede materializarse hoy mismo… o mantenerse en estado potencial por siempre.
El riesgo forma parte del contexto en el cual se desenvuelve cualquier organización. Y no se trata de uno, en singular, sino que son múltiples y variados. Su identificación y monitoreo debiera estar en el radar del responsable de comunicación, ya que su correcta gestión puede evitar la generación de situaciones de crisis.
En términos generales, los riesgos se caracterizan por hacer ¨poco ruido¨; su carácter potencial tiende a restarles importancia, los relega en la lista de prioridades. Se impone la gestión de la agenda diaria, la atención de la urgencia por encima de lo importante. Allí reside la principal capacidad de generación de daño que encarnan los riesgos.
Es importante recordar que los riesgos mutan, evolucionan, se transforman. Y eso hace que resulte fundamental su monitoreo y seguimiento, conocer su probabilidad de ocurrencia, la cual también se modifica con el paso del tiempo. Su clasificación por niveles (alto, medio y bajo) es un paso adicional en el proceso de construcción de una matriz de análisis permanente. Ese esquema facilitará la detección de vínculos entre riesgos, cuáles de ellos guardan relaciones entre sí y de qué clase son las mismas (de causalidad directa o indirecta, entre otras).
A ese tablero de control le corresponde una hoja de ruta, un plan de acción ante cada riesgo. La observación sin acción hace que la tarea quede inconclusa, a mitad de camino. Aun cuando, análisis de por medio, se concluya que por el bajo nivel de amenaza que representa, la acción recomendada sea la continuidad de su monitoreo.
La reflexión acerca de cuáles son esos riesgos es un ejercicio permanente, que arrojará un resultado diferente para cada organización. A ese diagnóstico, dinámico por naturaleza, se lo alcanza mediante la realización de preguntas, muchas preguntas. Esos interrogantes exceden por completo a la comunicación, ya que el objetivo es comprender cuáles son las amenazas que enfrenta la estructura bajo análisis.
Por ello, la mirada debe ser lo más amplia posible. Se trata de atravesar, mediante esas preguntas, a la organización toda. Para que sea ella la que ¨hable¨, nos explique dónde se hallan sus puntos débiles. En definitiva, el análisis de riesgos nos permite, valga el juego de palabras, conocer qué es lo que pone en riesgo a la organización.
Como consecuencia surge, casi de manera natural, la pregunta por la capacidad de intervención para que cada uno de esos riesgos se ubique en el nivel más bajo posible de amenaza. Y allí no hay receta que valga. Cada organización tendrá que definir, en función de su mapa de riesgos y los recursos que dispone, la estrategia para alcanzar el equilibrio que la mantenga lo más alejada posible de una crisis.
Un equilibrio, por cierto, atado a variables en constante transformación y movimiento.
Si bien los riesgos tienen por definición una connotación negativa, existe un aspecto positivo. Aquellos que incorporen su análisis y seguimiento como parte de su hacer cotidiano estarán mejor preparados a la hora de gestionar una crisis.