26 muertos de hambre

24 de junio de 1987. 14 de febrero de 1988. 12 de febrero de 1988. Estas son las fechas de nacimiento de algunos de los muertos de hambre. Los hay, también, más jóvenes. 17 de enero de 2001 o 31 de enero de 2000.

Todos, sin excepción, cargan con el prejuicio de las cuentas bancarias plagadas de ceros. Pueden comprar (casi) todo lo que quieran, vacacionar en verdaderos paraísos, acceder a los sitios más exclusivos.

Y ese reduccionismo cruel está en la base de la injusticia que olvida el origen común a la mayoría de estos hambrientos. Un origen rico en privaciones y carencias, pero pobre en horizontes y expectativas.

Alguien podrá decir que esas historias de vida caracterizadas por economías familiares austeras, no difieren en mucho del día a día de millones de compatriotas.

En todo caso, la diferencia sustancial se encuentra en que a estos 26 muertos de hambre se les exigía (hasta ayer), que aportaran a todo un país esa felicidad simbólica que ninguna materialidad puede ofrecer.

Por ello, hasta el domingo 18 de diciembre de 2022 todos ellos sintieron hambre. Un hambre totalmente diferente al que se asocia con el dolor de la pobreza, pero hambre al fin. Una necesidad arraigada de manera tan profunda que no se resuelve con ninguna transferencia.

Porque para sentarse a la mesa y saborear el gran banquete del triunfo, primero hay que estar muerto de hambre….de hambre de gloria.